Los Comepigüís, eran una familia que se habían instalado ya hace un tiempo, cerca de la estación y nada se sabía de ellos. Para hacer honor a la verdad, el apellido que figuraba en su buzón era «Comepeewee»; pero como la maestra Graciela nos había explicado en su momento y hasta donde ella sabía, parecía ser un apellido de origen inglés y la conjunción de las dos letras «e» seguidas, se pronuncian como si fuera una «i». Y por eso prefería llamarlos así, como si fueran una etnia aborigen: una mezcla entre comechingones, diaguitas y guaraní.
Mes: agosto 2016
Encerrado en el galpón
El lugar era una penumbra, salvo por algunos haces de luz que se colaban por encima de la puerta. Eso me aterraba. Porque era ahí, en la oscuridad, donde escuchaba algunos ruidos entre las latas y herramientas que se encontraban abarrotadas contra la pared. Intentaba agudizar la vista, pero era un ruido ciego: no se percibía movimiento alguno.
Hacía ya unas horas que me encontraba encerrado. Me había dado por vencido en mi intento por remover la cadena que sujetaba la puerta con el marco. Fue imposible intentar con el alicate y la pico loro romper uno de sus eslabones ya que, luego de un rato, apenas le había hecho mella. Quizás con una sierra podría haber logrado un mejor resultado, pero no sabía dónde estaba y no quería adentrarme en las sombras por temor a lo que fuera que se esté escabullendo por ahí.
La camiseta azul
Antes de doblar la esquina, habíamos salido de una acalorada discusión, donde estuvimos a segundos de irnos a las manos. Él había sugerido que el Capitán del Espacio era el mejor alfajor del mundo (en realidad dijo el universo, pero creo que exageró un poco). Yo como ortodoxo consumidor de alfajores, no podía estar más de acuerdo con su frase. Pero, para poder generar debate y no se tornara aburrida la charla de regreso, le empardé el asunto con el Fabulandia.