Pirulo

Ellos viven en una casilla muy precaria, justo en la esquina de mi casa, más precisamente sobre la avenida. Si en mi familia no estábamos en las mejores condiciones económicas, ellos se encontraban en una situación aún peor. Esto repercutía notablemente en su higiene: olían a rancio y vestían harapos que les excedían o ajustaban varios talles; recuerdo aquella vez que Miguelito, el más pequeño, tenía una pulga atrás de la oreja. Primero pensé que era una mancha de nacimiento, como un lunar o algo así, pero no era propio de una protuberancia escalar por la nuca de una persona. El Yugoslavo, el mayor, una vez me mostró su dedo índice envuelto en un diario encintado, afirmando que había agarrado un cable pelado que colgaba de una línea de alta tensión. Cuando se sacó el papel para corroborar su historia, llegué a ver hasta el blanco del hueso, rodeado de un cúmulo de pus que casi me hace vomitar del asco. No iban al colegio y era habitual verlos recorrer el barrio juntos, de casa en casa, pidiendo algo para comer.

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Mi primer partido

Era una escalera que, desde mi posición, parecía infinita tanto a lo alto, como a lo ancho. Estaba levantando del suelo algunos papeles y ya tenía un pilón importante en la mano. Caminé unos pasos más hacia la derecha para recoger otro que se estaba alejando por efecto del viento. Cuando me inclino, fue que recibí un fuerte patadón en el culo:

— ¿Estás robando?  —Era un policía que me interrogaba, el golpe fue tan fuerte que me hizo perder el equilibrio y caer ladeado en un peldaño. Como pude, acomodé mi cuerpo luego del impacto y pude hacer contacto visual, sin poder emitir palabra alguna, él volvió a la carga:

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Jugando a la bolita

El sol del mediodía me encontraba sentado en la vereda. Fue ahí cuando Jepe, el garrafero que vive al lado de mi casa, abrió el portón de la entrada. Estaba por hacer su recorrido por el barrio, ya que detrás de su bicicleta, llevaba un carrito enganchado con una carga de unas seis garrafas de diez kilogramos. Sabía a la perfección su recorrido, porque varias veces lo había acompañado montado sobre su carrito: arrancaba por la calle 140 hasta el fondo; luego daba la vuelta por la derecha y retomaba por la 142 hasta la avenida y, de ahí, seguía por la misma hasta el Barrio Luz. Últimamente se lo notaba muy preocupado, ya que la municipalidad había comenzado con el zanjeo para el entramado de gas natural. Y, como es de esperarse en estos casos, dejaría de ser rentable.

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