Botines blancos

No hay mayor anhelo al crecer que intentar parecerse a esos personajes que sobresalen del resto: tener algo al menos… una pizca de su magia. Siempre fantaseamos cosas por el estilo. Algunos se dejan llevar por nobles protagonistas de historietas con sus extraños poderes. Otros románticos, por los héroes de las películas de acción; o bien, en el mejor de los casos, por algún laureado deportista de élite. Éste no es mi caso: a mí me gusta él, con sus virtudes y defectos.

Me cayó bien de entrada, cuando lo vi por primera vez parado en la mitad de la cancha. No tenía idea de quién era o de dónde lo habían sacado. Recuerdo que en su primera intervención del partido, la pelota se le embrolló entre los pies y se le escapó a lo largo para que un rival se hiciera de la misma. Sin embargo, le puso garra a la situación, corrió al contrincante, la peleó, se tiró a sus pies y recuperó la pelota. Fue desde aquél momento que mis ojos comenzaron a observarlo desde un punto de vista distinto: lo seguían donde fuera dentro del campo de juego seducidos por su asombrosa estampa.

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Mi primer partido

Era una escalera que, desde mi posición, parecía infinita tanto a lo alto, como a lo ancho. Estaba levantando del suelo algunos papeles y ya tenía un pilón importante en la mano. Caminé unos pasos más hacia la derecha para recoger otro que se estaba alejando por efecto del viento. Cuando me inclino, fue que recibí un fuerte patadón en el culo:

— ¿Estás robando?  —Era un policía que me interrogaba, el golpe fue tan fuerte que me hizo perder el equilibrio y caer ladeado en un peldaño. Como pude, acomodé mi cuerpo luego del impacto y pude hacer contacto visual, sin poder emitir palabra alguna, él volvió a la carga:

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La camiseta azul

Antes de doblar la esquina, habíamos salido de una acalorada discusión, donde estuvimos a segundos de irnos a las manos. Él había sugerido que el Capitán del Espacio era el mejor alfajor del mundo (en realidad dijo el universo, pero creo que exageró un poco). Yo como ortodoxo consumidor de alfajores, no podía estar más de acuerdo con su frase. Pero, para poder generar debate y no se tornara aburrida la charla de regreso, le empardé el asunto con el Fabulandia.

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La repetida doble moral

—Esto no es moral, es antiético como para empezar a hablar… —me repetía en voz alta mientras caminaba al lado de la avenida—

Eran diez cuadras las que me separaban de mi objetivo. Aminoré la marcha para poder pensar mejor el asunto. Era evidente que, por la forma en que se revolvían mis tripas, algo no andaba del todo bien. No tendría que haber escuchado a Jorge, que me insistía que era algo que debía hacer por el bien de todos. O al colorado, que insinuó que si me echaba para atrás era un cagón, que los líderes como Belgrano o San Martín nunca abandonaban. Para colmo cuando llegó el pelado, los tres empezaron a cantarme, al unísono y saltando como si estuvieran en el paravalanchas de la cancha: «sos cagón, sos cagón, Quilmes sos cagón…».  Y eso me envalentonó. No lo puedo evitar, cuando me acusan de cagón, esa palabra me subleva, me enerva tanto la sangre que siento una adrenalina que me lleva a realizar cualquier acto. Ellos lo sabían y, trascartón, no solo me habían insultado a mí, sino también a toda la parcialidad cervecera.

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Acreditación de prensa

Desde muy chico se me había dado a bien por la informática. Me había vuelto muy habilidoso en programación y, sobretodo, en algunas herramientas de diseño gráfico. Gracias a eso, cuando no estudiaba, me dedicaba a hacer trabajos para terceros y, de esta forma, obtener algunos ingresos extras: redactaba currículums o trabajos prácticos, diseñaba volantes, reparaba e instalaba computadores e impresoras y desarrollaba programas sencillos en Visual Basic.
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