Gilda

Nunca supe de donde vino, pero un día llegó. Fue en aquella época cuando mi papá empezó a hacer changas en el taller de Pipo, allá por Dock Sud, y mi mamá había conseguido trabajo en la dirección de tránsito. No hubo una presentación formal: solo estaba siguiendo el rastro del aroma de las tostadas, que llegaba hasta mi habitación y provenía de la cocina. Vi a alguien al lado de la mesa, me refregué los ojos para mejorar el foco y la vi sentada. Cuando se percató de mí, no hizo falta que me analizara con su mirada, como ocurría habitualmente con los demás; solo se incorporó de la silla y dijo:

— Anda a lavarte la cara, que te preparo la leche…

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Mi primer partido

Era una escalera que, desde mi posición, parecía infinita tanto a lo alto, como a lo ancho. Estaba levantando del suelo algunos papeles y ya tenía un pilón importante en la mano. Caminé unos pasos más hacia la derecha para recoger otro que se estaba alejando por efecto del viento. Cuando me inclino, fue que recibí un fuerte patadón en el culo:

— ¿Estás robando?  —Era un policía que me interrogaba, el golpe fue tan fuerte que me hizo perder el equilibrio y caer ladeado en un peldaño. Como pude, acomodé mi cuerpo luego del impacto y pude hacer contacto visual, sin poder emitir palabra alguna, él volvió a la carga:

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