El sol del mediodía me encontraba sentado en la vereda. Fue ahí cuando Jepe, el garrafero que vive al lado de mi casa, abrió el portón de la entrada. Estaba por hacer su recorrido por el barrio, ya que detrás de su bicicleta, llevaba un carrito enganchado con una carga de unas seis garrafas de diez kilogramos. Sabía a la perfección su recorrido, porque varias veces lo había acompañado montado sobre su carrito: arrancaba por la calle 140 hasta el fondo; luego daba la vuelta por la derecha y retomaba por la 142 hasta la avenida y, de ahí, seguía por la misma hasta el Barrio Luz. Últimamente se lo notaba muy preocupado, ya que la municipalidad había comenzado con el zanjeo para el entramado de gas natural. Y, como es de esperarse en estos casos, dejaría de ser rentable.