Figuritas

Como era habitual, en los recreos solía recostarme en la pared de la entrada del aula para observar como jugaban el resto de chicos. Delante de mío, Seba estaba sentado en posición “de indio”, mirando fijamente un álbum de figuritas.
A lo lejos, llegaba corriendo Lean con un sobre de figuritas en la mano, presuntamente comprados en el kiosco del colegio. Adoptó la misma posición india que Seba y comenzó a abrir, con suma minuciosidad, el sobre por la parte superior del mismo. Una vez que abrió el sobre, fueron orejeando de a una las figuritas que les había deparado el azar:

—28. Diplodocus —dijo Lean— Se produjo una pausa que permitió cambiar las hojas del álbum hasta llegar a la numeración indiciada.

— ¡Buenísimo no la tenemos!… despegó la parte posterior de la figurita (era autoadhesiva)  y con una prolijidad envidiable se dispuso a pegarla en el recuadro correspondiente. Luego, enérgicamente, la frotó por encima con toda su palma de la mano, para asegurarse de que se haya pegado completamente y prosiguió el ritual:

— ¡Otra vez el Pterodáctilo!… — ¡Ufa es la cuarta vez que nos sale!—Respondió Sebastián— y avanzaron a la tercera figurita:

—… (Se produjo un silencio)

Se miraron con asombro, se codearon entre si al mismo tiempo y sus miradas se posaron en mí. Se volvieron a mirar y sonrieron. Seba me volvió a mirar y dijo: — ¡Mira este se parece a vos!…—sosteniendo la figurita con la punta de los dedos y mostrándomela desde el lado de la imagen—

En principio me sentí asombrado, pensé que no se dirigía hacia mí, por lo que mire para mis dos flancos asegurándome que era el receptor. Con cierta timidez, me apunté con el dedo índice de mi mano izquierda mi pecho y pregunte: — ¿Quién?… ¿yo?…

— ¡Sí! ¡Mira!…—Me sugirió Lean—

Caminé unos pasos y pude observar con más detalle: vi la parte superior y decía: “1. Tiranosaurio Rex”. En la parte del medio se encontraba el dibujo de un extraño lagarto. Emanaba ferocidad y tenía unos cortos y retraídos brazos. Me sonreí por dentro. No me pareció una cargada, más allá de sus risas, sino una correcta observación. Exterioricé mi complicidad con una fuerte carcajada y continué leyendo el epígrafe de la figurita:

“T-Rex. Carnívoro bípedo de enorme cráneo y largos y poderosos miembros traseros. Los miembros superiores son pequeños, pero inusualmente fuertes para su tamaño que terminan en dos dedos con garras”

— Esta sí que no la tenemos… —Concluyó Seba, cuando rebobinaba las páginas hasta el principio buscando el recuadro que le correspondía—

Mientras que pegaba la figurita, me percaté que, debido a la concentración que implicaba la tarea, se le asomaba apenas la lengua por la comisura derecha la boca. Frotó también con su palma la pegatina como en el procedimiento anterior. Leandro se corrió unos cuerpos hacia la derecha y me invitó a sentarme en el medio con dos palmaditas en el suelo, acompañando su gesto con la frase:  — Vení a ver cuáles tenemos…

Como pude, me acomodé entre ellos y me cedieron la revista para que pueda hojear el contenido. Acorde iba avanzando en la lectura de las páginas, me contaban con mucho fervor a quién le había tocado cada una y en que situación, si correspondía, la habían ganado. Como la del Estegosaurio, que fue jugando a la tapadita con Lucas (el moreno del curso B), antes de la clase de gimnasia de ayer. Me tomaba mi tiempo para leer los pies con la descripción de cada uno de los dinosaurio. Era un mundo fascinante. Había bichos que tenían cuellos muy largos, espinas o, inclusive, el Gallimimus que tenía unas plumas majestuosas en sus brazos.

Leandro y Sebastián se pusieron a hablar entre ellos, cogoteando por detrás de mi espalda. No alcanzaba a entender lo que decían porque hablaban en voz baja. Aunque hubo un tramo de la conversación en donde levantaron un poco la voz y escuché que planeaban el juego “La mancha de los dinosaurios”. En cuya trama, por lo visto, yo sería el dichoso Tiranosaurio y aparentemente debía perseguirlos por el patio hasta alcanzarlos. Para peor, en el intento de persecución, tendría que emitir unos estruendosos sonidos guturales a modo de rugido. Volví a reír por dentro. Me gustaba mucho la idea, no tanto la parte de las reglas sino la de poder jugar con ellos.

Sonó el timbre que daba por finalizado el recreo. Ellos se levantaron con pesar y sacudieron las nalgas con sus manos para quitarse la tierra del pantalón. Por mi parte, me costaba bastante incorporarme una vez que estaba en el suelo y ellos, al percatarse de esto, me agarrón cada uno por debajo de una axila y me ayudaron a levantarme con un fuerte envión. También me llegó el turno de sacudirme la tierra y fue ahí cuando ellos se fueron caminando hacia la puerta del aula, mientras gesticulaban y se reían entre sí. Ya cuando se encontraban a unos cinco pasos de distancia, se detuvieron de repente. Leandro se da vuelta y me dice: — Apurate T-Rex, así te muestro mi cartuchera antes que venga la seño… —haciendo un ademan como de “el síganme los buenos” que hacía el Chapulín Colorado—

Suspiré y apuré mis pasos hacia ellos. Creo que había conseguido mis primeros amigos.

 

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