La bolsa

Decidí darle una mirada de nuevo, comprobar que todo este allí. Los había reunido a todos dentro de una bolsa grande de la feria del calzado. Era sin dudas una ocasión especial.

A primera vista se veía el muñeco de Scorpion. Ya había perdido su túnica por el constante ajetreo del día a día, pero conservaba aún el color amarillento del barbijo de su capucha.

¡Que zaguero habilidoso había sido! Era también de esos que iban a buscar el cabezazo en cada pelota detenida. En definitiva, quien podía decirle que se quede abajo al rey de los infiernos, cuando el equipo se plantaba con un solo delantero de referencia y era un Johny Cage notablemente más bajo que él.

También estaban sus clones mal pintados que hacían las veces de Sub Zero y Reptile, pero eran rústicos volantes de contención, que dentro del equipo pasaban sin pena ni gloria. El único de los cuatrillizos que hacía realmente la diferencia era el “Negro” Noob Saibot, que no se cansaba de correr por las bandas y tirar centros a la olla con una precisión envidiable. No tenía gol, pero su proyección constante se asemejaba a los “wings” de los años dorados del fútbol.

El dueño de la banda derecha era Rayden, que era delgado y con cierta habilidad, pero tenía tendencia a desaparecer en las difíciles, por lo que se ganó con total justicia el mote de “pecho frio” y nunca terminó de explotar. Por el otro costado estaba Kung Lao, que nunca terminaba de convencer y, por sus bajos rendimientos, alternaba la titularidad con una de las trillizas: Kitana.

La línea de tres del fondo la completaba Baraka por la derecha y Kano de líbero. No hay mucho que decir de ellos, siempre tuvieron actuaciones aceptables, aunque el segundo tendía a llenarse de amarillas por faltas reiteradas y protestas ante fallos arbitrales.

En el arco no había dudas: Goro era titular indiscutido con un record de vaya invicta de más de 895 minutos. Era una leyenda. Su suplente, Kintaro, no le hacía ni sombra: parecía estar falto de entrenamiento y en una condición física lamentable. Además, esa vez que le tocó ser titular por la copa desperdició la oportunidad y se comió cinco, de los cuales, uno fue en contra cuando quiso descolgar un centro y la terminó empujando para adentro.

La figura, enganche y capitán, era el “Chino” Liu. Tenía una tremenda calidad en su pierda derecha, que llevaba adelante al equipo.  Hizo incontable goles de tiro libre que compensaban la cantidad de penales marrados de la última temporada (el porcentaje más bajo de su histórica). Fue tentado a seguir su carrera en el exterior, pero prefirió quedarse en el club donde lo vieron nacer. Eso lo convirtió en crack y referente indiscutible.

Desde tiempos inmemorables, el equipo era dirigido táctica y técnicamente por el riguroso Shang Tsung, que, si no fuera por su tupida barba blanca, sería confundido a la distancia con la imagen de la virgencita de Luján por lucir ese raro vestido violeta y dorado.

La saga de muñecos de Mortal Kombat que venían en la revista “Top Kids”, no habrían sido de los más logrados. Algunos directamente no venían articulados y, rara vez, eran pintados de forma voluntariosa.

En contraposición estaban los muñecos de los Caballeros del Zodíaco. Eran de una mejor calidad que los anteriores. Si bien eran más pequeños que los otros, tenían infinidad de articulaciones que le permitían una capacidad de movimientos superior que, sin duda, era toda una ventaja al momento del combate. Sin contar, por supuesto, que venían dotados de una armadura desmontable que los hacían verse imbatible. Evidentemente coleccionables, tenía uno por cada signo zodiacal, más los denominado caballeros de bronce. Un total de diecisiete.

De estos, por alguna razón mi personaje preferido era Hyoga. El Santo de bronce del Cisne, cuya constelación protectora es la de Cygnus. Quizás porque cuando veía la serie en la televisión, siempre andaba con un porte triste y meditabundo que me generaba intriga; o bien, porque  al lucir su armadura plateada, contrastaba con su ropa azul y se formaban los colores del glorioso Quilmes Atlético Club. No estoy seguro. Pero al verlo decidí separarlo del grupo y me lo guarde en el bolsillo.

El resto, fueron amuchados dentro de una bolsa de Carrefour e incorporados en el mismo recinto donde ya se encontraba el plantel. Eso si, antes de envolverlos los vestí a cada uno de ellos con su correspondiente armadura.  Me parecía lo lógico que tendrían que ubicarse de forma aislada porque una convivencia prolongada podría decantar en algún conflicto bélico entre las partes, donde los poderes estelares no tendrían posibilidad de derrota. Aunque ahora que lo pensaba podría haber sido una cruzada de proporciones épicas.

Tomé el álbum de los Super Campeones, que estaba apartado a un costado. Lo volví a hojear. Vi una de las primeras hojas y recordé lo difícil que fue llenarlo. La figurita de Tom (la número 4) era imposible de conseguir. Pasé semanas buscándola, hasta que un día me llegó un rumor que un pibe de quinto grado de la tarde, le habían tocado tres repetidas en un mismo sobre. En un recreo, tome coraje  y emprendí la aventura de solicitar el intercambio. Fue una negociación dura, en principio pasamos el primer pilón de figuritas que yo tenía para ofrecer y era un constante  “Late” de su parte. Por suerte, a mediados de mi segundo pilón vi como se le iluminaron los ojos al pasar la número 17, donde estaba Oliver haciendo jueguitos con una pelota y escuché el tan preciado “Nola”. Sentí un alivio muy grande, porque mi opción siguiente era ofrecerle el conjunto de los pilones a cambio de Tom y se me facilitó el asunto. Lo bueno de completar el álbum era que lo podías canjear por una pelota de premio, pero me había encariñado tanto, que preferí conservarlo.

Lo terminé de leer y lo incorporé dentro de la bolsa con los otros juguetes. Junte la dos partes de plástico duro de las asas de la bolsa hasta que hizo un clic (tenía una especia de seguro de cierre donde se encastra un pestillo en un agujerito). Me paré, bajé las escaleras y me dirigí hacia fuera procurando que no me viera mi mamá para no tener que dar explicaciones. Salí por el portón del garaje para minimizar el ruido y me dirigí donde estaba el pilar de luz que daba enfrente de la casa. “¡Crac!¡Crac!” se escuchó cuando desprendí las manijas de la bolsa y me tome unos segundos para verificar nuevamente el contenido. Mientras observaba los juguetes ladeé resignado la cabeza varias veces. Finalmente me agache y la dejé apoyada en el suelo, cerca del cesto de basura. Me incorporé de las cuclillas dejando entreabierta la parte de arriba para que, si alguien pasaba, pudiera identificar el contenido y no confundirlo con basura. Di media vuelta y caminé unos metros hacia la puerta del garaje cuando presentí que algo andaba mal. No era correcto lo que estaba haciendo. Lo medité unos segundos más. Me tantié los bolsillos en señal de impotencia. Decidido y dando un pequeño trote volví nuevamente sobre mis pasos hacia la bolsa de zapatos. La abrí de par en par, tomé la bolsa de Carrefour que estaba adentro, la desenrollé e incorporé el muñeco de Hyoga que me había guardado en el bolsillo. La volví a hacer un bollo y anudé fuertemente su extremo. La puse nuevamente en su lugar y continué el recorrido hasta dentro de mi casa.

No quedaba otra alternativa. Estaba decidido: debía convertirme en adulto. Mi papá había muerto y tenía que ser el hombre de la casa. Debía convencerme de eso, aunque eso signifique perder mi infancia por enésima vez en la vida.

 

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