Un fuerte ruido logró desvelarme y, de a poco, abrí los ojos y levanté la cabeza de la almohada. Gracias al reflejo de la luna que atravesaba por la ventana, pude divisar una figura desmoronada en la puerta de mi habitación. Un escalofrío heló mi espalda. Su cuerpo era tan voluminoso que ocupaba la mitad de la entrada y daba la impresión de ser un ovillo, por la forma en que sus garras se enlazaban en sus piernas. Me quedé unos segundos observando su cuerpo en silencio para verificar que se moviera. Nada ocurría. La criatura se encontraba impávida ante mi mirada.
Decidí salir del rincón en donde me encontraba agazapado, ya que tuve la necesidad de controlar que respiraba o daba, al menos, alguna señal de vida. Me acerqué de a poco, a hurtadillas, para no llamarle la atención. Estando a unos pocos pasos, desplegó un feroz gemido con sus fauces. Fue un alarido tan fuerte que, del susto, me hizo arrinconarme nuevamente.
Evidentemente no se había percatado de mi presencia. Ahora podía notar que respiraba muy lentamente y con poca frecuencia. Incluso, ocasionalmente, daba un espasmo con sus piernas que acompañaba con una especie de rugido gutural y profundo. Daba la sensación que se encontraba herida. Para empeorar la situación, en ese preciso momento comenzó a despedir un viscoso líquido amarillo desde su boca que comenzaba a provocar su completo ahogo. Estaba atemorizado. No sabía que acción tomar. El miedo me invadió profundamente. No era la primera vez que me encontraba en esta situación, pero esta vez sentí que era distinto. Podría ser la última. Debía tomar una decisión. Quería escapar del lugar pero, a su vez, con la bestia dentro no había lugar en donde me pueda esconder y afuera solo me esperaba la deriva.
Debía ser fuerte. Con un coraje inusitado, corrí velozmente para colocarme cerca de su cuerpo y, por instinto, golpeé fuertemente su espalda varias veces, hasta que se desatoró con una profunda tos que limpió sus vías respiratorias. Cuando escuché una inhalación profunda, volví a escaparme al rincón, donde ahora (acurrucado) observaba a lo lejos su acelerada respiración.
La historia de la bestia guardaba una complejidad simple y, a su vez, horripilante. No era la primera vez que dejaba su vida echada a la suerte.
***
Atiné a esbozar un rezo, una plegaria. Ya no recordaba cuantas veces había apelado con anterioridad a éste método, pero la última vez había sido hace poco. De existir un Dios que escuche, ante tantas intervenciones ya no me regalaría más deseos. Hice la señal de la cruz con mis manos, cerré los ojos y murmuré una serie de palabras que repetía como un mantra.
Desde la profundidad de mis ojos brotaron unas pesadas lágrimas que transitaron las mejillas de principio a fin y se derramaron en el suelo. Percibí en ese momento que mi alma se había templado de una manera tal, que su quiebre era inminente. Mi parte emocional era devorada con voracidad por mi parte racional hasta dejarme huérfano de felicidad. Fue ahí cuando me sinceré y pensé que sería mejor que el destino se encargue del resto. Junte mis piernas hacia el pecho, las rodeé con mi brazos y apoyé mi cabeza sobre las rodillas.
Lejos de conciliar el sueño en esa posición, me sentía culpable del egoísmo de mis pensamientos. Actuar de esa manera me despojaría de mi humanidad y me terminaría convirtiendo en aquello que tanto despreciaba. Me negaba a proceder de la misma forma que la bestia.
***
Me había acercado tantas veces a su lado para comprobar que aún respirara que ya había amanecido. El sol que comenzaba a dar en su rostro, provocó que abriera sus ojos de forma repentina. Me vi reflejado en su mirada y me sentí a su asecho. Atiné a esbozarle una sonrisa complaciente y comencé a llorar desconsoladamente como síntoma de alivio.
La bestia parpadeo varias veces con aplomo, mascullo un poco de saliva seca y enfocó su mirada en mi cara. Aclaró un poco su garganta y pronunció con voz quejumbrosa —mientras intentaba incorporarse—:
— No llores más… guarda las lágrimas para cuando me muera…
Quedé atónito ante sus palabras mientras observaba como su figura, a los tumbos, se perdía por el pasillo y fue ahí cuando observé que, en el trayecto, había soltado de sus manos un blíster vacío de valiums.
Solo espero que esta vez, mi mamá encuentre una razón para seguir viviendo.