Al salir de la escuela, tenía dos alternativas para llegar a mi casa: una por la calle 360, cuyas primeras cuadras eran de tierra; y la otra sobre la Avenida 361, que daba a un monótono asfaltado gris con estrías negras de brea. Siempre optaba por salir por la segunda. Pero el estado asfáltico, no era el único motivo por el cual lo decidía, ya que el barro en las lluvias era moneda corriente en mi barrio y ya estaba acostumbrado. De hecho, si salía por ese lado, me daba la posibilidad de cortar camino y llegar más rápido a mi casa. La particularidad que hacía inclinar la balanza por sobre la avenida, era la gran variedad de sus veredas. Los caminos reservados para los peatones, eran embellecidos con diversas plantas y árboles por sus propietarios y, además, cada uno de ellos tenían su propio criterio para adornarlas: baldosas, piedras pulidas, lajas y adoquines; contrastando lo moderno con lo rústico de aquellas que solo eran hechas de hormigón y divididos por líneas con una regla, cuando todavía el cemento se encontraba fresco.
Ahí está el punto principal de todo. Al convertirme en transeúnte, solo tenía un objetivo: no pisar las líneas del suelo. Tenía la certeza de que si lo hacía podría acarrear terribles consecuencias, semejantes a la muerte. En esos momentos, me convertía en un ser sagaz, cuya mirada agudizaba su destino al suelo, y ya no me importaba hacia donde me dirigía, solo me interesaba avanzar sin detenerme; por supuesto regateando las líneas del suelo. Las grietas, la unión de las baldosas, cambio de colores y texturas. Todo esto se convertía en una línea que tenía que evitar pisar. De acuerdo a la distancia que existía entre cada uno de ellos, era necesario tener un dominio absoluto del equilibrio corporal y la física del movimiento, para calcular detalladamente los pasos (intercalando cortos y zancadas) y no caer en el abismo de la línea.
Líneas infinitas y eternas, que me desafiaban con su rectitud. Me miraban desde lo bajo con ganas de hacerme caer en sus abismos para carcomerme por dentro, si es que malograba mi siguiente pisada. Pobre de aquellos que han pisado las líneas sin tener en cuenta el destino que les depara. Estaba seguro que cualquier ser humano que pisara demasiadas líneas del suelo, tendría un final catastrófico. O peor aún, viviría una vida miserable sin llegar a morir jamás. ¿Erguirían éstos sus cabezas para no afrontar su destino, pensando que ellos mismos lo construyen?…
Lo mejor de la 361, es que desde el lado de la escuela la avenida no tenía bocacalles, lo que le daba una extensión de exactamente mil doscientos tres pasos de veredas que esperaban ser transitadas. Éstas llegaban a su fin, cuando se encontraban con la avenida Milazzo. En dicho entrecruce, se acababa la epopeya antes descripta porque la vereda era interrumpida (estratégicamente) por un puesto de diarios y revistas. Digo estratégicamente, ya que ahí se emplazaba el único semáforo de toda la zona sur de Ranelagh que, gracias a sus tres tiempos y giro a la izquierda, cada luz roja duraba una eternidad. Los conductores ávidos de información, aprovechaban el impasse para comprar el diario directamente de las manos del canillita, que hacía su repartija en la intersección. Para mí, era una parada obligada para ver las tapas de las historietas nuevas y, por supuesto, intentar ver si por medio de algún ángulo visual, el plástico oscuro de algunas revistas para adultos dejaba transparentar la silueta de alguna señorita ligera de ropa.
***
Fue un viernes y promediaba el otoño. Lo recuerdo específicamente porque, en aquel entonces, mantenía un record de un mes sin pisar una línea. En honor a la verdad, era un mes y tres días. Ahí me encontré nuevamente frente al puesto de diario escaneando su contenido. Un poco más alejado, colgado con unos broches en la parte superior, pude visualizar un título que me llamó poderosamente la atención: «Autopsia a un extraterrestre». Una revista y un video VHS estaban envueltos por un plástico, donde el cartón trasero reflejaba la imagen de lo que parecía ser un humanoide grisáceo, cabezón y panzón recostado en una cama. Un subtítulo aseguraba que la película era una primicia mundial y su contenido era polémico e increíble. No podía sacarle mi mirada de encima. Quedé boquiabierto.
El correntino, así llamaba mi papá al diariero, observó toda la secuencia a unos metros de distancia y decidió acercarse unos pasos hacia donde me encontraba y soltó:
— Pibe, ¿Qué me contás de eso?…—mientras señalaba con un dedo la revista: — me trajeron diez hoy a la mañana y solo me queda una. Si te apuras, estoy hasta las siete, sale quince pesos. ¿Querés que te guarde una?…
Por puro reflejo, amagué a tocarme la media pero sabía que en el fondo de emergencias ya no quedaba nada. En mi cabeza se procesaban complejos cálculos mentales, para ver de qué manera podía comprar esa revista. Si nos juntábamos con Sebastián, Jorge, Kétchup y el pelado Daniel; quizás podríamos llegar a comprarlo si poníamos un poco todos. De todas maneras, ninguno de nosotros teníamos casetera para poder verla. En ese momento, se me ocurrió que Diego (el hijo del almacenero) tenía una y lo podíamos ver ahí. Si bien yo no me hablaba con él, el colorado era muy cercano y lo podía convencer del asunto. Además, si se prendía, podíamos reducir el precio total por cabeza de la inversión. Era nuestra única oportunidad, por lo que le respondí al diariero firmemente:
— Sí. Guardámela, dame un rato que ya vuelvo…
Apenas cortó el semáforo, crucé la avenida y me fui corriendo (como pude) para el lado del campito, donde seguro los iba a encontrar jugando a la pelota, como era habitual luego del colegio. Cuando faltaba poco más de una cuadra para llegar a mi destino, ya los podía observar patear la pelota entre ellos formando un círculo. Eso me dio cierta tranquilidad, con lo que decidí aminorar la marcha para recuperar el aire perdido y poder exponer mi argumento con mayor seguridad.
Estaba agitado y muy transpirado. Cuando me vieron llegar, enseguida se acercaron a mí. El primero que me habló fue Sebas, para hacerme un chiste sobre la semejanza del color de mi cara y el pelo de Kétchup. Les hice un ademán con la palma de la mano, para que me den un segundo para tomar una bocanada de aire. Luego de exhalar, proseguí a comentarles lo que había visto y la necesidad de que lo compremos de forma urgente, debido a la baja cantidad del stock. Sus caras se transformaron. Sabía que estaban tan o más entusiasmados que yo en tenerlo. Les remarqué que el correntino solo estaba hasta las siete, con lo cual, quedamos en que nos volvíamos a juntar en el campito en diez minutos exactos, para ver cuánta plata teníamos. Además, le hice hincapié a Kétchup para que vaya a hablar y convencerlo a Diego. Él era una pieza fundamental en el plan, ya que no podríamos verlo sin su ayuda.
Transcurrido el tiempo estipulado, ya estábamos todos nuevamente reunidos, salvo por el colorado. Jorge se sacó la gorra y la puso boca arriba. Cada uno de nosotros depositó dentro de ella lo que teníamos, haciendo un fondo común. Cuando hicimos el recuento de lo que habíamos conseguido, llegamos a la módica suma de diez pesos con cincuenta. Algunos escarbaron sus bolsillos sin éxito. Todo lo que había en la gorra, era lo que teníamos y pudimos conseguir. En ese preciso momento, llegó Kétchup junto con Diego. El primero tomó la posta y dijo que no tenía nada de dinero, que no iba a poder aportar en esta causa. El hijo del almacenero, preguntó cuánto habíamos juntado. Cuando se lo informamos, indicó que él ponía el resto del dinero, solo con la condición de que él se quedaba con el video. Como ninguno de nosotros tenía medios para verlo, nos miramos y aceptamos a disgusto. No teníamos otra alternativa, ya que el tiempo pasaba y no teníamos más monedas para el pozo. Jorge le ofreció la gorra y Diego puso los cinco pesos restantes. Luego de un breve festejo, nos dirigimos todos (a paso ligero) al puesto para comprar la revista.
***
Una vez que la compramos, nos dirigimos a la casa del almacenero. Ya en el living, nos desparramamos enseguida por el lugar para ver el espectáculo. Yo era el que estaba más cerca de tele, la tenía casi enfrente. El resto se dispuso por detrás de mí en distintas partes del suelo y el sillón. Diego, mientras tanto, prendía los artefactos, puso la televisión en canal cuatro e insertó el video en la casetera. Le dio play. Tomó el control remoto para ajustar el tracking que, según su impericia, hacía que se vea con mejor calidad de imagen. Subió un poco más el volumen y se sentó en el único sillón individual de la sala.
Pasado apenas unos minutos, se observó la primera imagen del extraterrestre: era una toma aérea que mostraba al sujeto en todo su esplendor. Tenía una pierna machucada a la altura del muslo y alcancé a notar que tenía seis dedos en cada uno de sus pies. Me encontraba sumergido en una rara mezcla de intriga, fascinación y asombro. Mentira. Se me heló el cuerpo como si me hubieran puesto mil estetoscopios en la espalda. Era tanto el miedo, que no pude seguir viendo el video. Inmediatamente, cerré los ojos y tomé un suspiro profundo muy ruidoso, ya que el aire atravesó por la separación de mis dientes antes de viajar a mis pulmones. Como tenía la cabeza apoyada en mi mano buena, sentí como se me empalideció el rostro de repente. Noté al tacto de mis dedos, que la temperatura de mi cara había bajado unos grados y un leve cosquilleo en los labios se hizo presente.
La ventaja de estar sentado delante de todos, era que pude permanecer en la misma postura de ojos cerrados sin que nadie lo notara. Si me observaban desde atrás, no se darían cuenta que no estaba mirando la pantalla. No sea cosa que supieran que por lo que tanto insistí en que compraran, me daba miedo. Permanecí inmutable durante el resto de la película. Mientras, escuchaba las onomatopeyas y comentarios de los demás. Hasta que por fin, el locutor que relataba los acontecimientos, daba fin a la película con la frase «usted ya la vio, ahora conoce la historia. La polémica queda abierta» y comenzaba a sonar una canción que, presuntamente, daba por finalizado el video. Fui abriendo con desconfianza los ojos, hasta que noté que estaban los títulos sobre un fondo azul. Mientras tanto, Diego pasó intempestivamente por mi lado, para acercarse a la casetera para darle stop, rebobinar y ponerlo una vez más ante la insistencia del público presente.
Decidí aprovechar el momento para emprender la retirada. Con una torpe excusa, les dije que mi mamá me esperaba para merendar y que no quería preocuparla, o algo así. Jorge me insistía con que me quede para verlo una vez más, que era corto y después nos íbamos juntos. Me negué nuevamente, afirmando que como ya lo teníamos en nuestro poder, lo podíamos ver otra vez cuando quisiéramos. Kétchup me frenó en la retirada para convencerme también de que me quede; esta vez mi respuesta a modo de excusa, fue más torpe que la primera. Ni siquiera planteé un argumento, simplemente balbuceé un conjunto de palabras incongruentes, me despedí con un gesto amigable al aire y volví a mi casa.
***
Luego del incidente Roswell (que era el lugar donde se encontró al extraterrestre), fueron varios días los que me costó dormir. No podía conciliar el sueño y, cuando al fin lo hacía, soñaba con platos voladores, extraterrestres y mundos lejanos. Al poco tiempo, el pelado me contó que en el programa «Memoria» de Chiche Gelblung, se le dedicó toda una emisión al asunto, tratando de desmitificar los hechos, con datos reveladores y que todo parecería haber sido un engaño. Inclusive, me dijo que al final del video aparecía, por detrás del alienígena, el conductor del programa justo al momento de la autopsia; para luego mostrar como se realizaba la artimaña por un grupo que trabaja en efectos especiales. Para peor, me decía que el profesional tenía nada menos que ciento ochenta y tres pruebas de que el video era falso. Daniel estaba profundamente decepcionado con el asunto.
Sin embargo, no fue suficiente para mí. Preferí creer. Esos dos segundos de video que se me tatuaron en la retina, era la evidencia irrefutable que necesitaba. Me hacía sentir esperanza. Esperanza de que, algún día, un plato volador me pase a buscar para llevarme de regreso a mi verdadero hogar.